Hillary Clinton, literalmente, le metió una sonora trompada a Donald Trump en el primer debate presidencial estadounidense.
Haciendo gala de una aplomada y serena imagen de estadista, Hillary apabulló al candidato republicano del peluquín, quién la interrumpió de manera continua y malcriada y se mostró además errático, inconsistente e incoherente.
El magnate racista, misógino y altanero, pagó cara su osadía de creer que a través del insulto y la mentira podía suplir su evidente condición de neófito, políticamente hablando, y enfrentarse a una sonriente Clinton con más de 30 años en el manejo de la cosa pública y en los avatares de la política propia de las grandes ligas.
Trump trató estérilmente de justificar su renuencia a revelar sus impuestos, no pudo tampoco defender sus 6 bancarrotas, explicar su costumbre de construir infraestructura recurriendo a las deudas y su conocida actitud de no pagar a sus acreedores, y su terca obsesión de seguir reduciendo los impuestos para los ricachones.
Tampoco pudo explicar por qué mintió deliberadamente varios años al señalar que Obama no había nacido en Estados Unidos, mito que se derrumbó estrepitosamente cuando el actual presidente publicó su partida de nacimiento.
Quizás lo más irritante de él fue su confusa sintaxis, sus maleducadas interrupciones y su falta de respeto con el moderador del debate, Lester Holt, quien hizo lo imposible para que fluyera el mismo.
En contraste, Clinton fue coherente, basada en hechos y explicando sus argumentos de un modo tal que la teleaudiencia pudiera fácilmente entenderla. Mostró, asimismo, que ella sí tiene un plan para afrontar los cruciales problemas referidos al Estado islámico, el uso y proliferación de las armas nucleares y la seguridad cibernética.
Personalmente, no puedo ocultar mi satisfacción por la manera cómo Clinton trapeó el suelo con la peluca de Trump. Este es el sujeto (cuya madre inmigrante trabajó al inicio de empleada doméstica) que considera a los inmigrantes mexicanos y latinos como “criminales”, “delincuentes” y “violadores”.
Este es el típico representante de la DBA (derecha bruta y achorada) que considera que las mujeres son “cerdas”, “haraganas” y “perras”. Como olvidar tampoco que a la ex Miss Universo latina, Alicia Machado, la llamó “Miss Piggy” (Miss Cerdita) y “Miss Housekeeping” (Miss Empleada Doméstica).
Pobre Trump, su estrella ha comenzado a declinar y de esta cuesta abajo no lo salva ni el Pato Donald.