Este primer día del año he salido desnudo a caminar por la verde alfombra campirana cajamarquina, a recibir el tibio aliento del Sol y el robusto abrazo amical de la Naturaleza. 

Huele a eucalipto, a sombra mojada, a miel sin pestañas, y a alfalfa recién cortada.

Huele a vida y a la siempre verde belleza de savia porfiada y fecunda que discurre cantando por las venas de la flora nuestra.

Con el Nuevo Año, estoy seguro, volverán a suspirar otra vez las piedras del río, las mansas lagunas y los manantiales que borbotean de gozo cuando las avecillas beben de ellas. Naturalmente, los duendes, asustados por la ruidosa maquinaria yanacochina, se esconden entre los pajonales y retornan nuevamente a sus ojos azules.

Pero hay ahora en la campiña un tiempo nuevo de azafranes frescos cuyo aroma se pega dulcemente a nuestros cuerpos como el musgo enamorado se abraza a los más viejos árboles.

Es una fragancia que atrae nuevamente a los casi extintos quindes, a la asustadiza santarrosita, al indiferente huanchaco y a la casquivana putilla.

Ay, amor, cómo me abruma esta visión, este Festival de olores, plumas, sonidos y colores.

Valoremos, hermanos, el agua de la montaña que baja cantando por las laderas trayendo consigo ese imperceptible temblor, ingenuo y travieso, de las ninfas que la cuidan.

Hermanos, este 2016 va a ser muy generoso con nosotros y con nuestras familias, porque somos buenos y amamos la vida.

Que Dios bendiga a Cajamarca y la libre del daño contaminador, polvoriento y criminal del ecocida proyecto minero Conga...