Siempre he creído, y la realidad así lo demuestra, que se busca el poder para obtener dinero, y se usa el dinero para obtener poder.  

Ahora bien, para comprender el secular proceso de dominación de las clases dominantes que saquean nuestro país, es preciso entender que el poder de muy pocos depende de la ignorancia e indiferencia de muchos.

Dicen que los locos y los borrachos dicen la verdad. Será por eso que estos últimos suelen vociferar una frase que reafirma cáusticamente esa actitud autodestructiva que caracteriza a la mayoría de los electores peruanos: “¡Los pueblos ignorantes tienen el gobernante que se merecen!”.

La frase es dura pero cierta. Si no, ¿cómo entender al pueblo que masoquistamente vuelve a elegir como presidente a Alan García que robó al Fisco con uña larga y destruyó sin piedad nuestra economía, mediante una tasa de inflación superior al mil por ciento? ¿O el electorado que premió con el retorno a la presidencia a Fernando Belaúnde Terry, quien fuera derrocado por esconder la página 11 de un perverso contrato petrolero lesivo a los intereses del país?

Estos dos ejemplos no son los únicos en nuestra historia. Existen muchos otros más. Y si no recordemos al presidente Mariano Ignacio Prado, quien, en medio de la Guerra del Pacífico, huyó del país con el dinero recolectado y con el pretexto de comprar armas. Una vez terminada dicha guerra, y ya vencido el Perú, el corrupto oligarca retornó con todos los honores y unas decenas de años más tarde un descendiente suyo, Manuel Prado Ugarteche, salió elegido también presidente.

¡Qué duda cabe! La ignorancia de las masas es la principal fuerza de la derecha política. En efecto, más que por la fuerza, los políticos oligárquicos nos dominan por el engaño y la ignorancia. Asimismo, tal y como lo definió magistralmente Carlos Marx, el Estado es simplemente el instrumento coercitivo o el poder organizado de la clase dominante para oprimir a la clase trabajadora.

Aunque sobra decir que somos un país que ama la farsa. Ella es una moneda de dos caras: en una está el rostro del político farsante; en la otra, el retrato colectivo de los ilusos e ignorantes que le creen.

VOTAR POR LA DERECHA ES MASOQUISMO

¿Es posible que seamos un pueblo masoquista, autodestructivo y sin un ápice de autoestima?

¿Seremos el resultado del trauma sicológico producido por el sojuzgamiento Inca de los señoríos regionales, de la brutal y genocida invasión española, y del posterior dominio francés, inglés y estadounidense?

Desde hace siglos hemos sido tratados como escoria por las clases dominantes. Y ello ha dado paso a un sentimiento de inferioridad y a un desconsuelo generalizado de que es imposible cambiar esta situación a través de la participación política activa.

Somos además un pueblo desmemoriado, aplastado por un Alzheimer implacable que se manifiesta agudamente en épocas electorales y por eso solemos tropezarnos más de dos veces con la misma piedra, a diferencia de los animales.

Ello también determina que votemos desaprensivamente, a tontas y a locas, sin preocuparnos por indagar o recordar la verdadera personalidad y catadura moral del político que pide nuestro voto. Lo que nos importa es depositar cuanto antes nuestra papeleta de sufragio y luego sobrevivir a cualquier costa sin exigir la ayuda del Estado, recurseándonos, aunque nos traten inhumanamente como bestias de carga u homínidos.

Quizás este complejo de inferioridad o sometimiento a las clases dominantes y a los dueños del Perú, provoca que muchas personas pretendan enmascararse o mimetizarse llamándose Washington Quispe, Jefferson Tucto o Johnny Mamani.

EL FANGO DE LA CORRUPCIÓN

La mayoría de los que integran la derecha política, vive, se reproduce y se refocila en el fango de la corrupción. Por eso, la política es la segunda profesión más antigua de la historia, pero se parece mucho a la primera. O como escribieron en los muros los jóvenes franceses en la revuelta estudiantil de Paris en 1968: “Las putas al poder, sus hijos ya lo están”. ¿Será por eso que los llaman diputados?

La corrupción es el excremento de la política. Y, precisamente debido a ello, muchos de los políticos de derecha ya son cadáveres y apestan. Pero si no peleamos para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabaremos formando parte de ella.

A los políticos hay que vigilarlos de manera constante, especialmente si son apristas, toledistas o fujimoristas, pepecistas o pepekausistas, pues detrás de toda gran fortuna obtenida rápidamente siempre hay un gran crimen.

Así pues, en la actualidad, la hija del ex Presidente de la República, Alberto Fujimori, preso por asesino y ladrón, pretende hacerse elegir presidenta, teniendo como objetivo fundamental lograr la amnistía de su padre, peruano y japonés, quien robó y vendió los activos públicos del país, asesinó a diestra y siniestra, y renunció por fax a su cargo de primer mandatario. Sí, aquella insensible hija que prefirió ser la Primera Dama de la dictadura, aceptando que su padre secuestre y torture a su madre.

Hemos llegado además al colmo de la estupidez y desfachatez moral al pregonar patéticamente aquella frase que suena a música para los híper corruptos: “No importa que robe, pero que haga obras”. Esto equivaldría a afirmar: “Mi mujer me pone los cuernos, pero cocina muy rico”.

El fraude y la corrupción no son propios del sector público pues también ocurren en el ámbito privado: todos sabemos que el sector privado consuetudinariamente coimea al sector público para obtener jugosas licitaciones.

Asimismo, aparte de que nuestro poder judicial por lo general siempre blinda a los políticos corruptos, no es una novedad lo revelado por el último sondeo de Ipsos Perú, encargado por Proética, que señala que el 78% de la población tolera la corrupción. Pero, paradójicamente, para los peruanos la corrupción es el segundo problema más importante después de la delincuencia y el crimen organizado.

ELLOS NOS EMPOBRECEN Y LUEGO SE HACEN MILLONARIOS

Pero este electorado, que exhibe extremas desigualdades económicas y una gran estratificación social, permite con su voto que los vivos sigan viviendo de los sonsos y los sonsos de su trabajo, como sabiamente indica un popular huaynito.

Los viejos y tradicionales políticos apristas, fujimoristas, pepekausistas, pepecistas, etc., prometen sacar de la pobreza al pueblo y, al final, son ellos los que nos empobrecen y al final se convierten en los nuevos millonarios del país.

Y, por otro lado, para esconder impunemente sus robos y “coimisiones” promulgan leyes con nombre propio, y en los bancos abren cuentas protegidas por el “secreto bancario”. No hay que olvidar, además, como afirmaba Balzac, que todo poder es una conspiración permanente.

EL ENTREGUISMO ES SU BANDERA

Gracias a la todavía vigente y anacrónica economía neoliberal, la casi totalidad del Producto Bruto Interno del país lo manejan los empresarios extranjeros y nativos que, según dicen, lo hacen en bien del interés común.

Las empresas transnacionales, a las que el Gobierno ayuda diligentemente, se llevan el 100% de las utilidades de sus empresas, los bienes intermedios lo compran en su país de origen con cargo al dinero de nuestro país, y los millonarios sueldos de sus directivos se gastan en el extranjero.

Por su parte, los grandes empresaurios nacionales se han especializado en vivir como testaferros de las rentas que produce la entrega de nuestras riquezas naturales y de las obras direccionadas del presupuesto público a través del manejo y control de las “inversiones públicas” caracterizadas por la coima y la sobrevaloración de obras ejecutadas en las peores condiciones técnicas.

SOMOS VÍCTIMA DE NUESTRO CONFORMISMO

¿Por qué después de tantas promesas incumplidas, de tantos engaños, de ser el sujeto que produce y que no vive del resultado de su trabajo, nuestro pueblo sigue cayendo en la trampa tendida por sus “amigos” de la derecha oligárquica?

Los dueños del Perú aprovechan nuestra pasividad y conformismo a fin de contener nuestra ira y luego nos contentan con migajas que caen de la torta del poder. Y entonces nos ofrecen programas de “inclusión social”, que no son otra cosa que humillantes limosnas arrojadas por el gobernante ladrón, asesino y vende patria.

Finalmente, un político cavernario es una persona que obtiene dinero de los ricos y votos de los pobres para proteger a los primeros de los segundos.

Además, se atornillan en el poder y en el Estado para perpetuar su parasitismo, mediocridad y dominación. Por eso, la democracia no consiste en votar de vez en cuando, sino en ejercer la libertad de botarlos a ellos a patadas del poder a cada rato.

Al poder se sube casi siempre de rodillas y sólo los que suben de pie tienen derecho a él. En consecuencia, mientras no cambiemos de actitud frente a nuestros dominadores modernos, y que en reacción suprema y digna los desplacemos definitivamente del poder, seguiremos fortaleciendo la veracidad de la insultante frasecita que nos caracteriza: “¡Los pueblos ignorantes tienen el gobernante que se merecen!”.

Y no vale quejarse después.