Él es el maestro, el líder y la inspiración de millones de latinoamericanos de mi generación. Gracias a Fidel aprendimos que el arrogante y poderoso imperio norteamericano no es invencible y puede ser derrotado con las armas de la razón, la justicia y la perseverancia. 

Fidel ha cumplido 89 abriles y nació un 13 de agosto de 1926 en la localidad de Birán, Cuba. Su vida es la de un revolucionario total, de esos que paren los pueblos latinoamericanos muy de vez en cuando: Túpac Amaru, Bolívar, Sandino, el Che

Su onda es la del impávido David que en Bahía de Cochinos y Angola hizo caer de bruces al militarista imperialismo mundial. Mi comandante compañero, junto con el Che y Camilo Cienfuegos, mediante sus épicas acciones armadas en Sierra Maestra, alumbraron y acompañaron todo nuestro camino juvenil de inconformidad y rebeldía.

Fidel representa el punto cenital más alto de la dignidad latinoamericana frente al imperio. Y antes de que la historia lo hiciera, ya mi corazón lo había absuelto en el caricaturesco juicio que la dictadura batistiana había urdido para silenciarlo y confinarlo en la más tenebrosa prisión cubana, tras el fallido asalto al cuartel Moncada en 1953.

Pero como el Ave Fénix, Fidel regresó para conducir a su pueblo a su liberación definitiva de la abusiva dictadura de Batista, de la implacable y explotadora oligarquía cubana, y expulsó definitivamente, como Cristo del templo, a los casinos y lujosos prostíbulos que la mafia había instalado en Cuba a la que los mafiosos burlonamente llamaban la “isla del placer”.

Luego vinieron las represalias y la mayoría de su pueblo nunca lo abandonó pese al brutal, criminal e inhumano bloqueo económico y financiero que Estados Unidos impuso contra la isla.

Parafraseando al poeta Romualdo, la CIA quiso matarlo y no pudo matarlo, después de más de 700 intentos por asesinarlo. Y es que Castro ya era una leyenda y las leyendas no mueren.

El comandante tampoco estuvo solo en América Latina, durante esa etapa aciaga de agresión militar y económica, y su imagen brillaba intensamente en los ojos de millones de intelectuales y trabajadores de nuestro continente. Recuerdo que en casa con mi padre, a escondidas, escuchábamos atentamente por las noches su afilada e interminable oratoria por Radio Habana Cuba.

Tuvieron que pasar 50 años para que la Casa Blanca entendiera su negro proceder y la absurdidad de su bloqueo.

Y ahora los imperialistas quieren conseguir por las buenas lo que no pudieron lograr por las malas. Se frotan las manos por la normalización de relaciones entre ambos países. Pero olvidan que la semilla de la dignidad ha sido plantada muy profundamente por Fidel en el alma de los cubanos.

Hace muchos años, Fidel le pronosticó a un periodista que el bloqueo sólo acabaría cuando Estados Unidos tuviera un presidente negro y el mundo un Papa latinoamericano.

Qué más le puedo decir a usted, desde Cajamarca, compañero comandante, que no le hayan dicho y le digan en este día por su natalicio en cualquier lugar del mundo.

Sólo quiero agregar mi respeto y admiración por haber sido un verdadero líder que jamás traicionó a sus ideales y a su Revolución. Y le agradezco por haber nutrido mi adolescencia con los principios de la inconformidad y la rebeldía frente a la injusticia social y económica.

Nunca lo conocí personalmente. Pero una vez que estuve en La Habana lo vi a unos 50 metros jugando basquetbol en un parque con unos chiquillos y me emocioné hasta las lágrimas.

Usted cambió al mundo, a su país, y también me cambio a mí.

Por eso, Comandante de la Esperanza, a nombre de mi generación: ¡Feliz cumpleaños, camarada y maestro!